miércoles 01 de mayo de 2024 - Edición Nº2352
Dar la palabra » Cultura » 19 oct 2023

Historias y personajes

"Pancho" Perito Moreno, el hombre al que le debemos la Patagonia (Parte I) (Por Carlos Zampatti)

Francisco Pascasio Moreno fue un hombre múltiple, al nivel de los grandes humanistas de todos los tiempos: científico, geógrafo, caminante, aventurero, fotógrafo, naturalista, escritor, diplomático, estadista, educador y filántropo. Pero por sobre todas las cosas uno de los próceres, junto con Piedrabuena y Roca, al que le debemos la Patagonia


 

Si hay algún personaje de nuestra historia al cual se le puede aplicar la famosa frase de John Ford, «si la leyenda supera la realidad, imprímase la leyenda», ése es Francisco Moreno. Nuestro Perito. Fue tanto lo que hizo y logró que por momentos su historia y su leyenda se solapan.

Francisco Pascasio Moreno fue un hombre múltiple, al nivel de los grandes humanistas de todos los tiempos: científico, geógrafo, caminante, aventurero, fotógrafo, naturalista, escritor, diplomático, estadista, educador y filántropo. Pero por sobre todas las cosas uno de los próceres, junto con Piedrabuena y Roca, al que le debemos la Patagonia. La historia de Pancho Moreno, como lo llamaban sus conocidos y sus no tanto, podemos dividirla en tres etapas:

1.- La de los viajes exploratorios en la Patagonia;

2.- la del hombre de Estado;

3.- la del filántropo.

Nació en Buenos Aires, el 31 de mayo de 1852. Su padre había vivido exiliado en Montevideo por su oposición al rosismo y su madre era hija de un oficial inglés que, luego de ser capturado en las invasiones de 1807, terminó radicándose en el Río de la Plata.

Desde pequeño se interesó por la naturaleza y la geología y comenzó a juntar huesos y otros restos vegetales y animales a orillas del río de La Plata y sobre todo en Chascomús en donde pasaba mucho tiempo en la estancia de unos familiares. A los 15 años ya tenía una colección propia con la que formó un pequeño museo en su casa. Dadas las estrechas relaciones de su familia con el mundo de la política, su reputación llegó incluso hasta el expresidente Sarmiento, que, impresionado, lo contactó con Germán Burmeister. Este científico y naturalista alemán traído al país por Sarmiento junto con maestras, pensadores y científicos, lo alentó a que dé a conocer sus trabajos y en forma epistolar lo puso en contacto con científicos franceses.

Por aquel entonces (1867), el coronel Luis Jorge Fontana, primer gobernador del territorio del Chubut y asentado desde 1859 en Carmen de Patagones, le acercó a Moreno muchos vestigios del pasado que él mismo había recolectado. En ese momento el joven Moreno, que poco antes junto a un grupo de entusiastas de la ciencia acababa a fundar la Sociedad Científica Argentina, supo que su futuro estaba definido: debía conocer la Patagonia.

 

PRIMERA EXPEDICIÓN PATAGÓNICA

En 1883, a los 21 años de edad, Moreno se embarcó rumbo a Carmen de Patagones. Viajó con lo mínimo indispensable, tal como lo haría en cada uno de sus viajes posteriores: un bolso para recoger huesos o fósiles, un cuaderno de notas, un revólver Smith & Wesson, un poncho y algunas latas de foie gras.

Al retornar de este viaje, Moreno clasificó todos los restos geológicos, paleontológicos y arqueológicos recolectados a lo largo de los ríos Negro y Colorado y envió un informe a Francia donde lo publicaron en una revista especializada. Las puertas del mundo científico europeo comenzaban a abrírseles de par en par.

Pero al mismo tiempo lo inquietaba el conflicto latente con Chile. Lamentaba el desinterés de los argentinos sobre la Patagonia contraponiéndolo con el trabajo constante de los chilenos que ya se habían adueñado del estrecho de Magallanes e intentaban avanzar sobre la costa atlántica de Santa Cruz.

 

SEGUNDA EXPEDICIÓN PATAGÓNICA

Al año siguiente (1874) hace un segundo viaje, esta vez explorando la costa patagónica hasta la desembocadura del río Santa Cruz, a bordo del bergantín Rosales. Llegaron hasta el puerto de Santa Cruz, en la desembocadura del río homónimo. Allí afirmaron la soberanía argentina en el mismo lugar en que marinos chilenos, meses antes, habían desembarcado reclamando la posesión.

La vista de la desembocadura de ese río impresionante lo decidió a que en un próximo viaje lo remontaría. Darwin, cuarenta años antes, lo había intentado cuando viajó con Fitz Roy en su viaje en la HMS Beagle, pero no pudo llegar hasta la cordillera.

 

TERCERA EXPEDICIÓN PATAGÓNICA

Pero antes de esa excursión, en el verano de 1875, organizó otra: intentó recorrer toda la Patagonia norte a caballo y cruzar a Chile por algún paso cordillerano. Tenía 23 años. El expresidente Mitre fue uno de los pocos que lo alentó en ese intento ya que a nadie parecía importarle la Patagonia. Moreno sabía que los cruces andinos estaban dominados y custodiados por los caciques mapuches y era necesario requerir su autorización.

El más importante era Valentín Sayhueque, el gobernador del País de las Manzanas, en relación a los primeros manzanos que introdujo el jesuita Mascardi dos siglos antes y se reprodujeron exponencialmente en la zona. Sayhueque recibió con honores a Moreno en los toldos del Caleufú, aguas arriba del río Limay y del Collón Curá. El consejo de jefes mapuches lo autorizó a recorrer la zona, pero, desconfiados, no a cruzar por esos pasos cordilleranos sólo conocidos por ellos.

Le permitieron seguir recorriendo la zona hacia el sur por dos días más, pero sólo hasta lo que llamaban el gran lago. Así fue que el 22 de enero de 1876 se convirtió en el primer blanco que llegó al lago Nahuel Huapi desde el Atlántico (antes lo había hecho Mascardi desde el Pacífico). Maravillado, en sus notas lo comparó en magnificencia con el Lago Leman de Suiza y lo designó con el nombre que le daban los mapuches. Decidido a respetar el pacto con Sayhueque volvió de inmediato a Caleufú dejando para más adelante sus ansias de seguir recorriendo esos parajes.

A la vuelta en los toldos de Caleufú se enteró de los preparativos de un malón organizado por el cacique Catriel para robar ganado y venderlo a los estancieros del otro lado de la cordillera. Moreno decidió suspender la excursión y volver urgente a Buenos Aires para advertir sobre el peligro inminente.

El viaje de retorno no fue fácil. En Chinchinal, paraje cercano a lo que hoy es General Roca en el alto valle del río Negro, se encontraron con un grupo de nativos que arreaban una buena cantidad de caballos robados en alguna estancia de la provincia de Buenos Aires. Se presentó ante ellos como chileno y potencial comprador de la caballada. Como se ganó su confianza le permitieron pernoctar en el lugar. Esa noche, con su ayudante, aprovechando el descanso de los indios, arreó y dispersó en silencio a toda la tropilla que desapareció en la inmensidad de la Patagonia. Guardó para él algunos animales de recambio como para volver al galope y sin descanso a la línea de frontera. Los indios, a pie, no pudieron seguirlos.

Cabalgando sin parar, en un día llegó a Carmen de Patagones y en dos días más a Bahía Blanca. Siguió sin detenerse hasta Tres Arroyos y luego a Las Flores, punta de rieles del ferrocarril, con el cual arribó a Buenos Aires. Allí avisó al Ministerio de Guerra que «se avecinaba el malón más grande que jamás se recuerde». Pero la burocracia en aquel entonces también era implacable: no lo tomaron en serio e incluso se burlaron de él: «son cosas de un muchacho asustado», decían.

Tres días después cayó sobre Tandil el malón más sangriento de la historia argentina: centenares de personas muertas, la ciudad destruida y cientos de miles de cabezas de ganado fueron arreadas hacia Chile para ser cambiadas a los estancieros trasandinos por alcohol y fusiles.

 

CUARTA EXPEDICIÓN PATAGÓNICA

A pesar de la decepción Moreno seguía haciendo planes y volvió a la idea de remontar el río Santa Cruz y explorar la cordillera de Santa Cruz, totalmente desconocida hasta ese momento. Presentó el proyecto al gobierno y pese a que muchos lo consideraban descabellado, le aprobaron el viaje y le pusieron a disposición un bote para remontar el río, más dos marineros y un grumete. Se embarcó rumbo al sur en la goleta Santa Cruz el 20 de octubre de 1876.

La goleta lo dejó en la desembocadura del río y comenzó a remontarlo con el bote tirado por los caballos para contrarrestar la fuerte correntada en contra. En la isla Pavón se produjo el encuentro con otro grande: Luis Piedrabuena. Como no podía ser de otra manera, hubo una gran empatía entre ambos a pesar de la diferencia de edad: Piedrabuena tenía 43 años y Moreno 24.

El 15 de enero de 1877 se despidió de sus amigos de la isla Pavón y comenzó a recorrer los caminos que Darwin había marcado 43 años antes utilizando la guía pormenorizada que el naturalista británico había escrito.

El viaje río arriba fue penoso, prácticamente al ritmo que en el camino de sirga permitían los caballos. Moreno aprovechó la lentitud para recolectar restos fósiles y hacer múltiples observaciones. Interactuó con tribus tehuelches las que consignó menos belicosas que las mapuches del norte patagónico.

Veinticinco días después el pequeño grupo llegó al punto en el cual Fitz Roy había ordenado abandonar la exploración y volver al Atlántico. Moreno presentía que el final de ese río tan caudaloso no estaba muy lejos y el 13 de febrero, a 29 días de marcha desde la isla Pavón, llegó al gran lago. Allí mismo y ese día lo bautizó lago Argentino, como para que nadie dudara sobre su pertenencia nacional.

Desde allí continuó su marcha a caballo hacia el norte. Acompañado por un grupo de tehuelches que les sirvieron de guía remontó un río innombrado con la certeza de que lo llevaría a un lago descubierto por Antonia de Viedma casi un siglo antes. Cuando lo encontró, inspeccionó la cabecera este del lago sin lograr divisar la cordillera porque el mal clima le obstruía la visión y continuó su marcha hacia el norte. Después de tres días de marcha descubrió un nuevo lago que bautizó San Martín.

Era el 28 de febrero cuando desde ese lugar emprendió el regreso. Al pasar nuevamente por la cabecera este del lago de Viedma entrevió a lo lejos un cerro que llamó Fitz Roy. Como los tehuelches lo llamaban Chaltén (montaña humeante), sumado al tiempo tormentoso que cubría sus cumbres de nubes, lo llevó a cometer el yerro de creer que era un volcán. Fue el único gran error de su carrera científica. Intentó rodear el lago Viedma para acercarse a la cordillera y ver más de cerca a ese cerro, pero como los caballos estaban agotados decidió emprender el regreso.

Acamparon a orillas del río que une el lago de Viedma con el Argentino, y el 3 de marzo ocurrió uno de los hechos más peligrosos de su vida: estaba a orillas del río dejando una botella con un mensaje para futuros viajeros y fue atacado por la espalda por un puma hembra. El zarpazo lo hirió en la cara y en la espalda, pero pudo darse vuelta, protegerse con el poncho y utilizar la brújula que llevaba colgando como si fueran boleadoras. Alertados, sus acompañantes lo auxiliaron y mataron a «la leona». Como resultado, el caudaloso curso de agua se llamará a partir de ese momento río La Leona y el paraje en donde sucedió el hecho Paso río La Leona.

Siguieron camino y, de pasada, intentaron llegar hasta la cordillera bordeando el lago Argentino, pero, paradojalmente, no llegaron hasta el ventisquero que hoy lleva nombre de Moreno. Debieron volver porque «sólo nos queda media lata de foie gras y un poco de yerba». El retorno hacia el Atlántico por el río Santa Cruz fue vertiginoso: tardaron, corriente abajo, 23 horas cuando a la ida demoraron casi un mes. Desde la isla Pavón fueron hasta Punta Arenas a caballo en donde se embarcaron hacia Buenos Aires. Llegaron 6 meses después de su partida.

Tenía 25 años de edad y ya era un científico y explorador reconocido. Toda su experiencia en este viaje lo plasmó en el libro Viaje a la Patagonia Austral que publicó la imprenta del diario La Nación en 1879.

 

QUINTA EXPEDICIÓN

Ya no era posible que se quedara quieto y en 1879 organizó una nueva exploración. Quería recorrer toda aquella zona del lago Nahuel Huapi que en su tercera expedición sólo pudo tener un pantallazo por el permiso precario que le habían otorgado.

Decidió hacerlo de sur a norte para dejar al final el inevitable encuentro con Sayhueque, que dominaba todo el sector al norte del Nahuel Huapi. Entró por el valle del río Chubut, sus fértiles valles cordilleranos (hoy Cholila, Trevelin y Esquel) y desde allí avanzó hacia el norte. Durante ese trayecto fue advertido por los nativos que los ánimos estaban caldeados: en aquel entonces estaba en marcha la Campaña del Desierto y el avance del ejército de Roca desde el norte convertía a cualquier blanco en un enemigo de las distintas tribus mapuches. A pesar de esas advertencias, Moreno continuó su marcha. Cuando estaba acampando a orillas del Nahuel Huapi fue sorprendido por una partida de hombres de Sayhueque que lo tomó prisionero y lo llevó a los toldos de Caleufú donde un consejo de guerra lo juzgaría.

Sayhueque apreciaba a su «compadre» Moreno. Los demás caciquejos también lo respetaban pues lo reconocían conocedor y valiente. Incluso le temían, sobre todo a su «arma secreta», esa que el científico le llamaba teodolito. Cuando entró al toldo donde lo aguardaba el consejo de guerra, Moreno, que sabía que se jugaba la vida, los desafió diciendo:

―¿Por qué se trata al cristiano como a un perro? ¿Desde cuándo a un huésped no se lo invita a comer antes de permitirle hablar?

Sabía de las costumbres mapuches y debía mostrar una gran seguridad en sí mismo, incluso, intrepidez. Le trajeron un recipiente con una generosa porción de hígado de yegua, crudo y sangrante, adobado con sal y ají. Ya había probado ese «manjar» antes y sabía que debía superar la repulsa que sentía: era el pasaporte que contaba como para ganarse el respeto de la tribu. Cien pares de ojos lo flecharon. Comió lentamente, mintiendo deleitación, y un murmullo de aprobación siguió al último trozo engullido por Moreno.

A pesar del beneplácito inicial, sin la cual lo hubieran lanceado en ese mismo lugar, el consejo de guerra seguía mostrándose muy agresivo. Muchos clamaban por su muerte en venganza de los aborígenes muertos por el avance del ejército nacional. Sayhueque se resistía a dar la orden de matar y demoró la decisión hasta después de la «rogativa», una fiesta ritual de varios días en donde se harían ruegos especiales a los espíritus.

Moreno sabía que tenía el destino marcado y aprovechando el descuido provocado por una borrachera generalizada, el 12 de octubre de 1880 junto con su fiel ayudante escaparon de noche en un único caballo robado a los indios. Taparon sus huellas con un poncho atado a la cola del caballo y llegaron a las márgenes del río Collón Curá. Allí armaron una precaria balsa con ramas de sauce atadas con lienzos.

Cuando la indiada advirtió su desaparición, Moreno ya navegaba en dirección al río Limay. Navegaron en éste durante una semana, siempre al borde del naufragio y de la inanición por hambre. En el último tramo la balsa terminó por destruirse y continuaron a pie, ya sin fuerzas. Cuando estaban a punto de morir por el esfuerzo, avistaron a lo lejos una columna de humo. Moreno disparó al aire las últimas cuatro balas que le quedaban y, desfallecientes, se dejaron caer sin esperanzas. Al rato escucharon el galope de caballos que se acercaban y un grito en castellano, que más que una pregunta sonó a ultimátum: «¿quién vive?» Con un hilo de voz, el joven explorador responde: «Moreno, escapado de los todos». Eran soldados de una avanzada del ejército nacional, establecidos en el último fortín de la frontera, ubicado en el encuentro de los ríos Neuquén y Limay, en lo que hoy es Cipolletti. Luego de una semana de recuperación, Moreno continuó viaje a Buenos Aires con caballos que le entregaron.

Cuando llegó lo esperaba la noticia de que había sido destituido de su misión porque ¡no había dado señales de vida durante todo el transcurso de la expedición! Una vez más la burocracia no entendía sobre los riesgos de explorar la Patagonia. A nadie en el Ministerio del Interior le interesaba saber cuáles habían sido las experiencias del argentino que más conocía ese inmenso territorio.

Desilusionado y ya sin esperanzas, entregó su detalladísimo informe y abandonó toda relación con el gobierno. Se dedicó a clasificar su colección con el pensamiento puesto en la creación de un museo de ciencias naturales. Viajó luego por primera vez a Europa invitado por científicos que, a diferencia de los funcionarios del gobierno argentino, estaban ávidos de que comparta sus conocimientos sobre las inmensidades patagónicas. El reconocimiento fue tal que la Sociedad Geográfica de Francia le otorgó una medalla de oro por su aporte a la divulgación científica.

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